Acerca del principio de no contradicción

2022-08-26 17:32:36 By : Mr. dongbiao ji

El principio de no contradicción, en adelante, PNC,  es la base del sentido común, de la filosofía realista, cuyos máximos exponentes son Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, pero que en este punto reúne también a Platón y a San Agustín; y de la fe católica.

La última afirmación puede parecer un poco fuerte, pero bien entendida, es verdadera, como esperamos mostrar en lo que sigue.

El PNC dice que “una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido”.

Habla de “una cosa”, o sea, de la realidad. Eso quiere decir que ante todo es un principio metafísico, ontológico, no un principio lógico, que eso lo es en forma derivada de lo anterior.

Eso queda claro porque, tratándose de un principio inmediatamente evidente, cuya verdad se conoce con sólo entender su formulación, y por tanto, indemostrable y base de toda demostración, toda su evidencia descansa en la oposición entre el ser y el no ser, o sea, en un dato evidente, no de orden lógico, sino de orden metafísico, ontológico.

La formulación del PNC dice “al mismo tiempo”, porque es claro que en tiempos distintos sí se puede ser y no ser: ser joven a los 20 y no ser joven a los 80.

Y dice “y en el mismo sentido”, porque es claro, también, que en sentidos diferentes, la misma cosa puede ser y no ser al mismo tiempo: al mismo que se es alto respecto de una hormiga se es bajo, y por tanto, no alto, respecto de un edificio, o al mismo tiempo que un tablero de ajedrez es blanco respecto de ciertos cuadrados, es negro, y por tanto, no blanco, respecto de otros.

Pero al mismo tiempo y en el mismo sentido, la misma cosa no puede ser y no ser algo, y esa imposibilidad es absoluta, sin excepciones.

Porque en efecto, el PNC es absolutamente universal, como se decía en la Escolástica, es universalísimo.

Sencillamente, porque fuera del ser, más precisamente, habría que decir, del ente, que es “aquello que es o puede ser”, no hay nada. Es decir, “hay” solamente el no ente, que por definición, no es, es decir, no hay.

Por tanto, si el ente como tal se opone al no ente, entonces esa oposición rige para todo el campo del ente, que es todo el campo que hay o puede haber.

Aquello para lo que no valiese el PNC, estaría fuera del ente, o sea, no sería nada.

Es decir, vale para absolutamente todo.

Por eso mismo, negar la validez universalísima del PNC es negar el PNC, sin más, aunque luego se diga que vale para algunos casos. Porque equivale a sostener que “alguna cosa puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido.", que es justamente la contradictoria del PNC. 

Y por tanto, el PNC vale también para Dios, pues Dios es, analógicamente, claro, algo que “es o puede ser”, concretamente, algo que es.

Analógicamente, porque solamente en Dios no hay distinción alguna entre el “algo” que es, y el “es” mismo. La distinción entre el sujeto y el predicado, en la proposición “Dios es” o “Dios existe”, se debe a nuestro modo humano de conocer.

Nosotros, y todo lo que nos rodea, somos entes contingentes, podemos tanto existir como no existir, en nosotros, por tanto, el acto de ser se distingue realmente de nuestra esencia o naturaleza, pues no sería contradictorio que no existiéramos, y sí sería contradictorio que una naturaleza careciese de aquello que la constituye como tal.

Y  por tanto, nuestro acto de ser no se identifica con nosotros mismos, que somos el compuesto de esencia y acto de ser.

En Dios, en cambio, es idénticamente lo mismo el Acto de Ser y el sujeto de ese acto, es decir, entre la Esencia divina y su acto de ser no hay distinción real alguna.

Pero eso no quiere decir que para Dios el PNC valga “menos”; sino que, hablando absurdamente, por el contrario, vale “más” todavía. Porque como dijimos, el fundamento del PNC es el ente, en su oposición irreductible al no ente, y sólo en Dios el ser, por el que el ente es ente, se realiza en toda su pureza y plenitud, o sea, en forma infinita y subsistente.

La formulación lógica del PNC dice que “dos proposiciones contradictorias no pueden ser ambas verdaderas”.

Son contradictorias dos proposiciones, cuando teniendo el mismo predicado y el mismo sujeto, una de ellas afirma ese predicado de ese sujeto, y la otra lo niega.

Por ejemplo: “César cruzó el Rubicón” y “César no cruzó el Rubicón”.

Si la proposición está cuantificada, es decir, si agrega el cuantificador universal (“todo, ningún”) o el particular (“algún”), entonces tenemos la contradicción tal como se la suele definir en lógica de predicados:  la contradictorio de “Todo hombre es mortal” es “No todo hombre es mortal”, o sea, “Algún hombre no es mortal”; y la contradictoria de “Ningún hombre es mortal”, o sea, “No hay un hombre que sea mortal” es “Hay al menos un hombre que es mortal”, o sea, “Algún hombre es mortal”.

Por otra parte, todo verbo puede reducirse al verbo “ser”: “Sócrates corre” es lo mismo que “Sócrates es o existe corriendo”, porque correr, como todo lo demás, es una forma de ser.

Y también: “César cruzó el Rubicón” es lo mismo que “César es o existe habiendo cruzado el Rubicón”, o bien, “César fue o existió cruzando el Rubicón”.

Porque también cruzar el Rubicón es algo, pertenece por alguna razón al ser y a la existencia.

Por tanto, dos proposiciones contradictorias afirman, tomadas conjuntamente, que la misma cosa es y no es lo mismo al mismo tiempo, que es justamente lo que declara imposible el PNC.

De modo que la formulación lógica del PNC se sostiene solamente a partir de la formulación ontológica, metafísica del mismo, lo cual prueba una vez más que esta última es la fundamental.

Y es que un posible subterfugio para negar el PNC sería decir que es válido como principio lógico, pero no como principio metafísico. 

Pero es una posición insostenible. Si el PNC no vale como principio metafísico, ontológico, entonces es posible que en la realidad algo sea y no sea al mismo tiempo y en el mismo sentido. Y entonces, la proposición que dice que ese algo es, y la que dice que no es, serán ambas verdaderas, que justamente lo que no puede ser, según el principio “lógico” de no contradicción. 

Es decir, si el PNC no vale como principio metafísico, tampoco vale como principio lógico.

De hecho, el problema de algunos filósofos marxistas fue qué hacer con el PNC, puesto que su postulado filosófico fundamental, la “dialéctica”, consiste en sostener que la contradicción es algo inherente a las cosas mismas y es el motor del devenir en general y del cambio histórico en particular.

Algunos lo negaron sin más, “valientemente”, otros, más advertidos, trataron de hacerle un lugar, diciendo que valía para la lógica “formal”, pero no para la “lógica real”, que sería una “lógica dialéctica”. 

Hasta ahora no he encontrado una exposición de la “lógica dialéctica” que no sea una repetición de la filosofía de Hegel-Marx. Tal vez es eso precisamente lo que ellos entienden por “lógica real”, o sea, la filosofía, simplemente, pero entonces es claro que la única lógica, en el sentido propio del término, que podemos entender y manejar es la que se apoya en el PNC, de hecho, así ocurre con la versión “standard” de la lógica simbólica moderna.

Ya mostró Aristóteles en el libro IV de la Metafísica que la negación del PNC es imposible, porque negarlo es afirmarlo, y por eso dice el Estagirita que “no es necesario que se piense todo lo que se dice”, o sea, la negación del PNC se puede hacer en forma verbal, pero no en forma conceptual, pensable, inteligible.

Porque para que tenga sentido negar o afirmar tiene que valer el PNC. Si las cosas pueden al mismo tiempo y en el mismo sentido ser y no ser, entonces no tiene sentido decir que algo es, porque podría igualmente al mismo tiempo no ser, o que algo no es, porque podría igualmente al mismo tiempo ser. No tendría sentido pretender definir algo donde todo por definición (curiosamente) es indefinido, determinar algo donde todo por hipótesis es indeterminado.

Menos aún se puede negar el PNC “en la práctica”. Ese es uno de los argumentos favoritos de Aristóteles: el que quiere ir a Megara no toma el camino que va a Atenas. En la práctica declaramos que “Megara” y “No Megara” no son la misma cosa ni pueden serlo.

Por eso para Aristóteles hablar, pensar, es aceptar implícitamente el PNC, y por eso su conclusión es que el negador del PNC debería convertirse en vegetal.

Obviamente, el negador del PNC puede responder que a él no le importa contradecirse, precisamente porque él niega el PNC, y no se le puede pedir que obedezca a una ley cuya validez niega y desconoce.

El problema es que cuando así lo hace, demuestra que no es verdad eso mismo que dice. Porque pensar y hablar, como ya dijimos, supone el PNC, así que no es posible anteponer la negación del PNC al mismo PNC.

Y de hecho, nuestro hipotético negador del PNC estaría aquí revindicando su coherencia: es coherente que a un negador del PNC no le importe contradecirse.

Pero el asunto es que “coherencia” y “no contradicción” es lo mismo.

Por eso, al negador del PNC se lo puede considerar de dos maneras: una, en cuando al acto de negar, y otra, en cuanto a lo negado por ese acto, que es el PNC.

Desde el primer punto de vista, el diálogo y la discusión siempre serán posibles, apuntando al ser racional que se esconde y disimula tras el filósofo negador del PNC.

En efecto, en tanto que el negador del PNC es un negador, como ya se dijo, supone el PNC, y es accesible por tanto a una demostración indirecta, como es toda demostración por el absurdo. Es lo que hemos hecho aquí al mostrar que negar el PNC implica afirmarlo.  

Desde el segundo punto de vista, o sea, en tanto que lo negado es el PNC, vale el dicho de Aristóteles: “El que yerra sobre los fundamentos es impersuasible”.

No se puede jugar al ajedrez con quien rechaza las reglas de este juego. Desde este segundo punto de vista, no se puede discutir con el negador del PNC ni demostrarle nada.

Menos aún demostrarle el PNC, que es esencialmente indemostrable, por ser inmediatamente evidente.

A veces se ha pretendido negar el PNC a partir de la “paradoja del mentiroso”. Sea por ejemplo la frase “Esta proposición es falsa”. Si es verdadera, es falsa, si es falsa, es verdadera. Una de las dos cosas tiene que ser, porque una proposición, o es verdadera, o es falsa. Y en ambos casos, tenemos una contradicción.

La respuesta es que “Esta proposición es falsa” no es una proposición.

El adversario del PNC diría que como es una verdadera proposición, e implica una contradicción, el PNC no vale sin excepciones; nosotros decimos que como el PNC vale sin excepciones, y ese conjunto de palabras, si fuera una proposición, implicaría una contradicción, a saber, la de ser a la vez verdadero y falso, e implicar por tanto la verdad tanto de “Esta proposición es falsa” como de “Esta proposición no es falsa“, entonces, no es una proposición. 

Recordemos que la proposición es ante todo lo que la mente formula, con conceptos, las palabras orales o escritas son parte del lenguaje que significa, expresa, comunica, esa proposición mental.

El caso de los botones de la imagen es el mismo. Si el rojo es verdadero, es falso, porque el azul dice que es falso, Si el rojo es falso, es verdadero, por la misma razón. Y lo mismo sucede con el botón azul. 

Descendiente directo e inmediato del PNC es el principio de “tercero excluido”, en adelante, PTE. Su formulación ontológica es “Toda cosa es, o no es”, obviamente que “al mismo tiempo y en el mismo sentido.

Es decir, se excluye que haya una tercera posibilidad, que sería que la cosa ni fuese ni no fuese algo. Ciertamente que si a la pregunta “¿Llueve?” alguien respondiese “Ni llueve ni deja de llover”, o si a la pregunta “¿Carlos es ingeniero” se respondiese “Ni es ingeniero ni no lo es”; la respuesta no sería inteligible.

El PTE se reduce lógicamente, por absurdo, al PNC. Si para un X determinado pudiese ser verdad que ni es Y ni no es Y, entonces podría ser verdad que es verdad que X no es Y, y que no es verdad que X no es Y. Lo cual es una contradicción.

De donde se sigue que el PTE es tan universal como el PNC, o sea, “universalísimo”, válido, por tanto, también para Dios.

Revela total incomprensión del tema la objeción que dice que el PTE  es falso, porque además del blanco y el negro está el gris.

El PTE no se aplica a pares de proposiciones como “El gato es blanco – El gato es negro”, sino a pares de proposiciones tales como “El gato es blanco – El gato no es blanco”.

Donde es claro que no hay tercera posibilidad.

Esto levanta, sobre todo hoy día, una serie de objeciones, también en el campo católico.

Se objeta, en efecto, que con esto estamos sujetando a Dios a una ley que Él mismo no podría reformar, y peor aún, a una ley humana, que no expresa más que el modo necesario de funcionamiento de nuestra inteligencia.

Ya San Pedro Damián, en el siglo XI, sostuvo que Dios, siendo Omnipotente, puede hacer que el pasado no haya tenido lugar.

A lo cual le contestó Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, que la Omnipotencia divina es la capacidad de hacer todo aquello que no implica contradicción; que hacer que lo pasado no haya sido es contradictorio, porque sería hacer que lo que pasó no haya pasado, y que sea verdadera por tanto la proposición que dice que “lo que pasó no pasó”, y que por ello, eso cae por fuera de la Omnipotencia divina, sin que ello signifique un límite para el poder de Dios, porque lo contradictorio es justamente lo que no es ni puede ser, y para ningún poder es un límite el no extenderse a lo que no es nada.

Así, la Omnipotencia divina puede “crear de la nada”, es decir, sin materiales, pero no puede “crear la nada”.

Para responder a la objeción citada al comienzo, hay que decir, ante todo, que el PNC no es una ley “humana”. Es una ley del ser, del ente, y por tanto, sería exactamente la misma si no hubiese seres humanos en el Universo.

Regía sin excepción posible en la época de los dinosaurios, cuando el hombre aún no había hecho su aparición en el planeta. El mismo tiranosaurio, al mismo tiempo, y en el mismo sentido, no podía existir y no existir, o tener hambre y no tenerlo, o beber y no beber. Etc.

Ya hemos mencionado en otro “post” el absurdo ridículo que sería suponer que el PNC es un resultado de la evolución biológica, de modo que sólo podríamos decir que es la forma en que de hecho la evolución ha moldeado nuestra mente, pudiendo haber sido otro el resultado si nuestra historia evolutiva hubiese sido diferente.

Porque todo lo que sabemos de la evolución lo sabemos gracias al PNC. No podemos decir que hubo una evolución si la verdad de esa proposición es compatible con la verdad de la proposición que dice que no hubo una evolución.  No podemos decir que las especies proceden unas de otras si eso no quita nada de verdad a la proposición que dice que las especies no proceden unas de otras.

Si se relativiza el PNC se relativiza también la teoría de la evolución, y el resultado sería claramente absurdo: deberíamos decir que el PNC no tiene valor absoluto, porque es un resultado de la evolución, a la cual a su vez sólo podemos afirmar en forma relativa a nuestro modo de conocer, porque no es inteligible sin el PNC, de modo que el hecho de que hubo realmente una evolución sería en definitiva la razón por la que no podemos afirmar que hubo una evolución más allá de cómo se nos aparecen las cosas a nosotros.

En cuanto a la objeción que dice que en nuestra tesis Dios estaría sujeto a una ley independiente de su Voluntad, hay que recordar algunas cosas básicas sobre la libertad en general y la Libertad divina en particular.

No existe ni es posible la libertad absoluta. Para toda libertad pensable hay algo de lo que esa libertad no es libre.

Ante todo, ninguna libertad es libre de ser libre o no ser libre. No es posible una situación en la que un ser dotado de voluntad elija entre tener o no tener la capacidad de elegir. Si la tiene, ya no puede elegir, si no la tiene, tampoco puede hacerlo.

Por la misma razón, no puede haber un ente que elija entre existir o no existir.

No estamos hablando aquí de la opción del suicidio, porque en ese caso ya se existe, y lo único que se elige en realidad es continuar existiendo o no.  Hablamos aquí de la opción radical entre la existencia misma y la no existencia.

Esa opción no es posible, porque el que la hace, o bien ya existe, y entonces ya no puede hacer esa elección, “llega tarde” a la misma, o bien aún no existe, y entonces, tampoco puede elegir nada. Porque “elegir” también es un modo de ser, de existir.

Igualmente, no se puede elegir entre comenzar a existir, o existir desde la Eternidad. Lo que ya existe desde la Eternidad no puede hacer, obviamente, esa elección, y lo que aún no existe o ha comenzado a existir en el pasado, tampoco.

Y cuando decimos que esa opción no es posible, es claro que decimos que no es posible tampoco para Dios.

Aquí es donde muchos católicos tropiezan hoy día, por la mala formación que lamentablemente es habitual en nuestros tiempos.

Dios también es, es ente, más aún, el “también” está de más, porque sólo Él lo es en plenitud, y es por eso precisamente que “ente” y “ser” son términos que se aplican a Dios sólo analógicamente, por la imperfección esencial que el ser tiene en los entes nuestra experiencia, de donde abstraemos esos conceptos.

Por tanto, “sobre todo” para Dios vale el principio de no contradicción, como dijimos. Porque dicho principio no depende de la noción del ente en tanto que limitado e imperfecto, sino en tanto que “ente” sin más. Es así como se opone radicalmente al “no ente”, y esa es la evidencia primera sobre la cual se levanta todo conocimiento y todo discurso.

Y sólo en Dios, como ya dijimos, el ente alcanza toda su plenitud y perfección.

Ahora bien, “Teología” es “logos”, conocimiento, discurso, sobre Dios. La otra opción es la que señalaba Aristóteles, el silencio vegetal, que también es silencio mental, del pensamiento, y no solamente oral o escrito. Pero si vamos a hablar de Dios, o a pensar en Dios, entonces también para Dios vale el principio de no contradicción.

Y eso es evidente también para el sentido católico de la fe. El sentido de la fe rechaza inmediatamente la posibilidad de que Dios deje de existir, deje de ser Dios, se vuelva malo, peque, mienta, deje de ser Santo, deje de ser Amor, etc.

No es solamente que Dios no va a dejar de existir, ni va a dejar de ser Dios, ni se va a volver malo, ni va a pecar o mentir, o dejar de ser Santo o de ser Amor, sino que es imposible que eso suceda.

Ahora bien, algo es imposible, precisamente, porque es contradictorio.

Y eso quiere decir que esas opciones no están disponibles para la Libertad divina. No alcanza con decir que Dios no peca de hecho, pero que podría hacerlo si quisiera, pues estamos hablando de cosas que son en sí mismas imposibles.

Además, eso sería negar que Dios es Dios. La posibilidad de fallar implica una perfección menor que la imposibilidad de hacerlo, cuando esta última se deriva precisamente del hecho de algo pose la totalidad de las perfecciones del ser en grado eminentísimo.

Como ser infalible respecto de la verdad, en un ser dotado de conocimiento, es más perfecto que no serlo. Y Dios es Sumamente Perfecto, no puede pensarse algo más perfecto que Él.

Y por esa misma razón es absurda la tesis de los “filósofos de la libertad”, como Secretan, que dicen que Dios es tan libre que ha sido libre hasta de existir o no existir, debiendo su propia existencia a una libre elección suya, de modo que se ha creado a Sí mismo.

Además de lo ya dicho, la autocreación es imposible en general: lo que aún no existe no puede crearse, y lo que ya existe, tampoco.

Y si esto fuese verdad, Dios sería un ente contingente, capaz tanto de existir como de no existir, y entonces, no sería Dios.

Por supuesto, la base última de todo esto es el PNC.

La libertad no puede ser absoluta porque ello sería contradictorio: elegir entre existir o no existir es elegir con anterioridad lógica respecto de la propia existencia, y por tanto, existir con anterioridad lógica respecto de la propia existencia, porque para elegir hay que existir.

Lo cual implica existir y no existir a la vez, ya que todo lo que puede ser lógicamente anterior a la propia existencia incluye, en cuanto tal, la propia no existencia.

Que el Ser Necesario deje de existir es imposible porque es contradictorio, ya que “necesario” es lo que no puede no existir. Si Dios pudiese dejar de existir, sería contingente, no Necesario, y entonces, no sería Dios.

Y es que el valor fundamental no es la libertad, sino el ser.

No estamos diciendo con esto que la validez del PNC se apoya en la existencia de Dios. El PNC es inmediatamente evidente, es la primera evidencia intelectual, y por tanto, no necesita ninguna fundamentación ulterior ni puede tenerla.

Es epistemológicamente independiente en grado sumo, su dependencia de Dios no es epistemológica, sino ontológica, es decir, la metafísica nos muestra que el PNC depende en última instancia del Ser mismo de Dios, pero eso no aumenta ni disminuye el valor gnoseológico de la evidencia inmediata del PNC.  

¿Pero entonces Dios estaría sujeto a una ley independiente de su Voluntad?

La Voluntad divina se identifica realmente con la Esencia divina y con el Acto de Ser divino, que son la fuente última del principio de no contradicción. La ley fundamental del ser y del pensar no es una ley distinta o independiente del mismo Ser divino; es ese Ser divino mismo, que es el prototipo y la fuente de todo ser y de todo ente.

Por tanto, solamente si tomamos la Voluntad divina en tanto que abierta a distintos bienes finitos posibles, entre los cuales puede por tanto optar libremente, es cierto que el PNC es independiente de la Voluntad divina. No si tomamos esa Voluntad divina en su ser mismo, que es realmente idéntico al Ser divino, el cual es la fuente y la razón última del PNC.

Es decir, Dios no es libre de ser Dios o no serlo, porque Dios es Dios, y eso quiere decir que es el Ser en su máxima expresión, y que entonces, el PNC vale máximamente para Dios. Eso no es una imposición para Dios, sino la máxima Perfección y por tanto Independencia de su ser.  Dios es absolutamente Libre respecto de cualquier causa o razón hipotética de su no existencia, de su no ser Dios, de su no ser Santo, etc., por la sencilla razón de que tales causas o razones hipotéticas absolutamente no pueden existir.

Negar el PNC es negar a Dios, porque la fuente última de su validez es Dios mismo, no porque Dios haya decretado libremente la validez del PNC, sino porque el PNC es una consecuencia necesaria de la absoluta Perfección del Ser Necesario que es Dios.

Contenson, en Theologia mentis et Cordis tomo I, lib. II, diss. II, cap. I, sp. I, citando a Santo Tomás en De Ver. q. 2, a. 3, ad 11,  refuta la postura de Vázquez, que negaba toda conexión necesaria de la Esencia divina con las esencias creadas, argumentando que si así fuese, de la imposibilidad de la mosca se seguiría la imposiblidad de Dios mismo, lo que a Vázquez le parecía absurdo.

La respuesta de Contenson es que ciertamente la Esencia divina es máximamente independiente de las esencias creadas, y que por eso mismo, las esencias creadas son máximamente dependientes de la Esencia divina, como las conclusiones de un silogismo dependen de sus premisas, y no a la inversa..

Porque en efecto, dada la Esencia divina absolutamente necesaria, se sigue necesariamente, no la existencia de las creaturas, sino su posibilidad, es decir, los infinitos modos posibles en que esa Esencia necesaria puede ser contingentemente imitada y participada.

Y por tanto, así como si se niega la conclusión de un silogismo válido, se debe negar también sus premisas, efectivamente, de la imposibilidad de la mosca se seguiría la imposibilidad de Dios mismo.

Eso no significa, entonces, hacer a Dios dependiente de algo distinto de Él mismo, pues la posibilidad de la mosca no añade nada real al Ser divino, sino que es la misma Esencia divina considerada en cuanto capaz de comunicarse “ad extra” por la producción de un ente finito.

Y la mosca no es imposible, porque su existencia no es contradictoria. Siendo una participación posible del Ser, y en la medida en que lo es, se opone irreductiblemente al no ser, como su Fuente.

La existencia de la mosca es contingente, pero su posibilidad es necesaria, porque no puede ser la posibilidad de otra cosa distinta de la mosca, no puede no ser la posibilidad que es.

La necesidad de las esencias posibles tiene la misma fuente que la necesidad de Dios mismo y la necesidad del PNC: que el Ser es el Ser, y se opone irreductiblemente al no ser.  

Tal vez se objete que todo esto vale a nivel natural, pero no en el plano sobrenatural. Pero respecto de Dios no hay nada sobrenatural. Es la Naturaleza divina, justamente, la que está por encima de todo lo que puede ser o ser pensado. Lo sobrenatural se dice sólo por relación a las creaturas.

Lo sobrenatural es ante todo Dios mismo considerado, no en Sí mismo, sino en relación a las creaturas, y derivadamente, lo que Dios obra en las creaturas por encima de las exigencias naturales de éstas.

Y por tanto, el PNC, que tiene su raíz última en la misma Naturaleza o Esencia divina, en tanto que idéntica al Ser subsistente, vale en forma absoluta e irrestricta también para todo el orden sobrenatural.

El mismo misterio Trinitario es constitutivo de la Naturaleza divina, porque Dios no es Padre, Hijo y Espíritu Santo porque así lo haya elegido, sino porque es Dios, es decir, porque a la luz de la fe conocemos que el Ser Necesario no puede existir sino en tres Personas realmente idénticas al Ser Necesario mismo, y realmente distintas entre sí.

En efecto, si el Hijo y el Espíritu Santo procediesen de una libre elección divina, entonces podrían no haber existido, de no haber elegido Dios que existieran, y entonces, por más que existiesen, serían contingentes, y no Necesarios: no serían Dios.

Por tanto, “sobre todo” para la Santísima Trinidad vale el PNC.

Ser a la vez un Dios y tres Dioses sería contradictorio, ser a la vez una Persona y tres Personas sería contradictorio, ser  a la vez un Dios y tres Personas no es contradictorio.

Ser a la vez un Subsistente absoluto y tres Subsistentes absolutos sería contradictorio; ser a la vez un Subsistente absoluto y tres relaciones subsistentes, no es contradictorio.

Y si esas tres relaciones subsistentes fuesen subsistentes en tanto que relaciones, eso sería contradictorio con su carácter mismo de ser relaciones, que es ser “relativamente a otro” y no por tanto “en sí", y con la existencia de un único Subsistente, porque es en tanto que relaciones que esas tres relaciones se distinguen realmente entre sí; pero no es contradictorio que esas tres relaciones sean subsistentes, no en tanto que relaciones, sino solamente en tanto que realmente idénticas al único Subsistente absoluto, que es la Esencia divina, realmente idéntica al Acto Puro de Ser.

Al decir que Dios está por encima del PNC, curiosamente estamos rebajando a Dios a un nivel inferior aún al de una creatura, porque ni siquiera una creatura puede ser tan contingente que su misma existencia y su misma naturaleza dependan de su libre elección.

Ni siquiera el ser creado está tan íntimamente asediado por el no ser, fuente de toda imperfección.

Al menos objetivamente hablando, negar el PNC es blasfemar de un modo particularmente sofisticado y filosófico.

Es más, de la validez del PNC se sigue que Dios es Inmutable, no puede cambiar del modo que sea.

Ya Parménides había visto esto, pues tuvo el mérito de ser el primero que consideró la noción de “ente” en cuanto tal, de modo absoluto, abstrayendo de las limitaciones y particularidades que el ente tiene en los entes de nuestra experiencia.

Esta noción se aplica tanto al ente que cambia como al que no cambia, y por tanto, de suyo ni exige el cambio, ni lo rechaza.

Pero sin darse cuenta, Parménides pasó a pensar en el Ente Perfecto, en el que se realiza en forma perfecta y plena la noción de “ente”.

Y vio con claridad, que el ente así considerado se opone al cambio y al devenir. El ente, en cuanto tal, no incluye “no ente” alguno, pero además, realizado en toda su pureza, lo excluye. Es puro ser, pura afirmación. Porque sería contradictorio que el “no ente” formara parte de la plena realización del ente como tal.  

Pero sin “no ente”, no hay cambio ni devenir posible. Cambiar es pasar de ser a no ser, o de no ser, a ser. Lo que cambia, o adquiere algo, o pierde algo, pero en ambos casos, o ha estado o pasa a estar carente de algo, de modo que en su realidad se conjugan tanto el ente como el no ente.

Obviamente, en el cambio no se da el no ente absoluto, que es la nada, pero sí el no ente relativo, bajo la forma de carencia o privación de alguna perfección del ente en un sujeto que también es ente. Cambiar es adquirir algo de lo que se estaba carente o privado, o quedar privado de algo que antes se tenía.

Parménides sacó la conclusión correcta de que el ente, realizado en toda su pureza, es inmutable, no cambia ni puede cambiar, y sacó además la conclusión errónea de que los entes de nuestra experiencia, que están continuamente cambiando, no son entes en realidad, sino pura apariencia.

Gracias a Platón y Aristóteles, y luego, San Agustín y Santo Tomás en campo cristiano y católico, se llegó a la conclusión correcta, que es que los entes de nuestra experiencia son reales, pero no son el ente sin más, sino solamente participaciones imperfectas del Puro Ser, que subsiste en Sí mismo, realmente distinto de todo lo finito, Dios, que es absolutamente inmutable.

Y por eso el concepto de “ente” es análogo, no unívoco, como suponía Parménides. Es decir, no se predica siempre exactamente en el mismo sentido, sino que va cambiando de sentido según el sujeto del que es predicado, sin que por ello deje de mantener siempre una cierta comunidad de sentido entre todas esas predicaciones.

Dicho de otra manera, sólo Dios es “ente” en sentido pleno, sólo en Él se realiza lo significado por el término “ente” en toda su pureza y plenitud.

Y por eso mismo, nuestro concepto de “ente” sólo se aplica analógicamente a Dios, porque está tomado de los entes finitos y guarda siempre relación con el modo finito que el ser tiene en ellos.

Eso si miramos a nuestro concepto de ente, incluyendo el modo finito que necesariamente tiene por ser un concepto nuestro y abstraído además de los entes finitos de nuestra experiencia.

Si miramos a lo significado por el concepto de “ente”, sólo en Dios se realiza en plenitud y en toda su pureza, mientras que es en los entes finitos donde se realiza analógicamente, participativamente, imperfectamente.

Precisamente porque el Puro Ser trasciende infinitamente los entes limitados que constituyen el mundo de nuestra experiencia, de donde abstraemos nuestros conceptos.

Los entes finitos, somos “ente”  por la semejanza imperfecta que tenemos con el Infinito, y por eso en nosotros puede darse el “no ente” en forma de límite, carencia, privación, que es lo que hace posible el cambio, el devenir, la multiplicidad.

Por eso Dios es absolutamente Inmutable, no cambia ni puede cambiar.

Y por eso decimos que el PNC se cumple ante todo y por sobre todo, por así decir, en Dios, porque lo que no se aplica a Dios de nuestro concepto de “ente” es justamente todo aquello que en su modalidad de concepto humano abstraído de la experiencia sensible pueda tener de “no ente”, de limitación, de finitud, realizándose en Dios solamente el Ser Puro, absoluta e irreductiblemente opuesto al no ser.

Se puede objetar: si el ente en cuanto ente se opone irreductiblemente al no ente, entonces no se puede decir que simplemente no lo incluya, sino que hay que decir que lo excluye, y entonces Parménides tendría razón: lo que cambia no es ente, sin más.

Respondemos que el ente excluye el no ente en tanto que es ente, pero que hay varios modos distintos de ser ente, ante todo, ente en acto y ente en potencia. De donde el ente en acto excluye el no ente en acto, y el ente en potencia excluye el no ente en potencia. Pero el ente en tanto que ente no excluye el ente en potencia, que, si bien comparado con el no ente absoluto, la nada, es ente, comparado con el ente en acto es un no ente.

Y por eso el concepto de “ente en tanto que ente” es análogo.

A esto se puede objetar que en Dios, según nuestra fe, hay cierto no ser, porque el Padre no es el Hijo, y viceversa, ni ambos son el Espíritu Santo, y viceversa, de tal modo que se distinguen realmente entre sí. La distinción real entre las Personas divinas implicaría cierto no ser en Dios.

Para responder a esto, escuchemos primero a Santo Tomás de Aquino, en De Potentia, q. 7, a. 8, ad 4um (traducción nuestra):

“…hay que decir que la oposición de relaciones se diferencia en dos puntos de las otras oposiciones: El primero es que en los otros opuestos uno se dice oponerse al otro en la medida en que lo remueve: pues la negación remueve la afirmación, y según esto, se le opone; la oposición de privación y de hábito y de contrariedad incluye la oposición de contradicción, como se dice en Metafísica, 4. Pero no es así en los relativos. Porque el hijo no se opone al padre porque lo remueva, sino por razón de su relación a él. Y de aquí viene la segunda diferencia, que en los otros opuestos siempre el otro es imperfecto, lo que sucede por razón de la negación que se incluye en la privación y en el contrario. Esto no sucede en los relativos, sino que cada uno puede considerarse como perfecto, como es evidente sobre todo en los relativos de igualdad, y en los relativos de origen, como igual, similar, padre e hijo. Y, por lo tanto, la relación es más atribuible a Dios que las otras oposiciones. A causa de la primera diferencia existe la oposición de relaciones entre la criatura y Dios, no otra oposición – porque de Dios viene más bien la posición de las creaturas que su remoción; pero hay, sin embargo, una cierta relación de las creaturas a Dios. Con motivo de la segunda diferencia, hay en las personas divinas (en las que no puede haber nada imperfecto), la oposición de la relación, y no otra, como demostraremos.”

Respondemos entonces, que la distinción real implica carencia o privación de ser cuando hablamos de entidades que se distinguen entre sí porque hay un algo absoluto, accidental o sustancial, que está en una de ellas y no está en la otra.

No implica, en cambio, carencia o privación de ser la distinción real que se basa en la oposición relativa. El sujeto y el término de una relación real se distinguen realmente entre sí, no porque uno tenga algo que al otro le falta, sino porque es esencial a la noción de relación el ser “a otro”, es decir, a algo distinto del sujeto de la relación, de modo que es contradictorio que algo sea relativo a sí mismo.

O sea que la distinción entre las Personas divinas, que procede de la oposición relativa entre ellas, no implica no ser ni imperfección alguna en Dios. En general el hijo se distingue del padre porque el padre es el término de la relación de filiación, no porque el padre sea la negación del hijo.

Por eso dice Garrigou-Lagrange (traducción nuestra):

“Así, como se enseña comúnmente, la oposición relativa es la menor de todas: pues en ella un extremo no destruye el otro, sino que más bien lo exige. Por lo que tiene lugar en Dios, porque no trae consigo ninguna privación de ser, sino solamente la distinción con relación a otro, como nota Santo Tomás en De Pot., q. 7, a. 8, ad 4um. Así el Padre y el Hijo, por la oposición relativa, se distinguen realmente en Dios.  Esta oposición se define así: “repugnancia entre dos por el hecho de se refieren mutuamente.”

(De Deo Trino et Creatore, Marietti, Turín, 1943, p. 93)

La “repugnancia” de que habla la definición es la imposibilidad de que se identifiquen realmente.

Negar la inmutabilidad divina, entonces, es a la postre negar el PNC y hacer imposible todo pensamiento y todo discurso.

Si Dios cambia, entonces no es el Ser en toda su pureza, pues éste lógicamente excluye el no ser, y por tanto, el cambio. No hay entonces un Ente que realice el Ser en toda su pureza, sino que todo ente es mezcla de ser y no ser, y por tanto, finito: no existe, entonces, Dios, y además, el no ser, siendo tan universal como el ente mismo, es por lo mismo constitutivo del ente como tal, como lo cual cae el PNC.

Esa es la filosofía de Heráclito, Hegel y Marx. Todo cambia y nada permanece. El devenir es la ley del ser. La tesis, por el solo hecho de afirmarse, ya se trasmuta en su contrario, la antítesis. Alcanza con que algo sea, para que no sea, es decir, para que se convierta en lo distinto de sí mismo.

Bastante lúcido estuvo Cratilo, el maestro heraclitiano de Platón, cuando dedujo que si las cosas son así, entonces no se puede hablar. Porque cuando terminamos de decir que la realidad es así o asá, la realidad ya cambió, en esta hipótesis. 

El error de Cratilo estuvo, como todos sabemos, en pensar que eso se subsanaba sustituyendo el lenguaje oral con movimientos de su dedo en respuesta a las preguntas de sus discípulos. Es claro que cuando hemos terminado de mover el dedo, la realidad también  ha cambiado, en esa hipótesis.

No es un problema de velocidad del cambio, obviamente, sino de que es necesario que bajo algún aspecto, lo que cambia, no cambie, si es que vamos a poder hablar de las cosas y conocerlas.

De hecho, la tragedia del heraclitismo es que en su filosofía el cambio, por lo menos, no cambia. Porque siempre está cambiando, es decir, siempre está siendo cambio, y nunca, ni por un solo instante, se convierte en reposo o en inmovilidad.

Como dijo algún romano: “inmortalis mors”, muerte inmortal. Las cosas están inmutablemente cambiando, o sea, inmortalmente muriendo.  

Y de hecho, hace siglos que los heraclitianos vienen diciendo lo mismo, sin cambiar.

Así que hasta para poder decir que “todo cambia”, es necesario que el cambio permanezca inmutablemente como cambio. No se puede conocer lo que se mueve, sino bajo el aspecto en que no se mueve.

Y si hay un aspecto en que las cosas que cambian no cambian, es que no todo es cambio. El ser no se reduce al devenir. Un hada suficientemente poderosa podrá transformar un perro en un gato, pero jamás podrá hacer que “ser perro” y “ser gato” sea lo mismo.

Podremos cambiar de cuadrado, en el tablero de ajedrez, a una pieza, pero no podremos mover los cuadrados mismos.

Y sólo bajo aquella última condición podrá el hada realizar aquella magia, porque si “ser perro” y “ser gato” son lo mismo, entonces no hay forma de que un perro se transforme en un gato.

El heraclitismo lleva, curiosamente, al inmovilismo, a la negación de todo cambio. No tiene sentido decir que algo se dirige a algún punto, cuando todos los puntos son a la vez el mismo y ninguno. 

Pero si hay algo que no cambia en las cosas que cambian, como dijimos, entonces el ser no se reduce al devenir, y más aún, el ser de las cosas que cambian es compuesto, de un elemento que hace posible el cambio, y que es algún tipo de no ser, de no ente, y de otro elemento que hace posible el ser y la permanencia.

El ente en potencia y el ente en acto, dice Aristóteles. El ente en potencia o poder ser, que es un ente en sentido relativo, y un no ente en sentido relativo. Y el ente en acto, que es el ente simplemente hablando. La materia, que está en potencia para todas las formas, y la forma, que actualiza y determina en un sentido la potencialidad de la materia.

Y entonces, es claro que todo ente compuesto de potencia y acto, de ser y no ser, de principio de cambio y principio de estabilidad, es “ente” solamente en un sentido imperfecto, derivado, participado, analógico, y supone, por tanto, la existencia del Acto Puro, el Ente perfecto, sin más, simplemente hablando, es decir, Dios, que es absolutamente Inmutable.

Eso que no cambia en las cosas es justamente su esencia, lo que las cosas son.

Decimos que no cambia, en dos sentidos: por un lado, es lo que permanece a través de todos los cambios accidentales, como el hombre que se sienta, camina, corre, duerme, sigue siendo siempre un hombre; y por otro lado, porque en el cambio sustancial, en el que la cosa sí cambia de esencia o naturaleza, por ejemplo, el ser vivo que al morir se convierte en cadáver, es la cosa la que cambia, no la esencia en sí misma considerada.  

Es la cosa la que deja de tener tal naturaleza y comienza a tener otra, no es la naturaleza que primero tenía la que se convierte en otra.

Es decir, la naturaleza humana no deja de ser la que es y no deja de tener las notas que tiene por el hecho de que un ser humano deje de existir y se convierta en cadáver. Como el cuadrado del tablero de ajedrez no deja de ser el que es por el hecho de que una pieza lo abandone y pase a otro cuadrado.

La misma evolución biológica, si ha tenido lugar, no puede entenderse de otro modo. No tiene sentido decir que “ser reptil” se ha convertido en “ser mamífero”, como no tiene sentido decir que 5 se ha convertido en 6, o que el cuadrado negro se ha desplazado hasta el blanco.  

Esos casilleros son eternamente inmutables, esos cuadrados no se mueven. Sí tiene sentido decir que una determinada línea de descendencia, a partir de cierto punto, ubica sus piezas en el cuadrado “mamífero” en vez de ubicarlas, como hasta ese momento, en el cuadrado “reptil”. 

Concretamente, o bien porque de padres reptiles nació un hijo mamífero, o bien porque un individuo reptil se transformó en mamífero en el curso de su vida.

Y de nada sirve aquí acudir a los eslabones intermedios. Pongamos todos los que queramos, el hecho es que cada uno de ellos será una esencia diferente, un cuadrado distinto del tablero de ajedrez, y da lo mismo decir que dos padres reptiles tuvieron un hijo mamífero que decir que tuvieron un hijo X, si es que X no era, como la hipótesis exige que no sea, un reptil.

Y eso es así, sobre la base de dos principios: 1) Todas las cosas naturales tienen esencia 2) La única alternativa a tener una esencia determinada, es no tenerla y tener por tanto otra.

No importa tampoco que una esencia conste de varias notas.  El “eslabón intermedio” no puede ser “en parte perro y en parte gato”. Una esencia o naturaleza no se posee “en parte”, por el hecho de tener sólo algunas de sus notas constitutivas, porque las notas constitutivas de una esencia son necesarias para la existencia de esa esencia misma.

En efecto, una esencia es un conjunto de notas necesarias y suficientes. Necesarias, porque sin ellas la esencia no se da. Suficientes, porque con todas ellas, la esencia está necesariamente dada.

Y es que sin esos conjuntos de notas necesarias y suficientes, no habría nada. Si no hay notas necesarias para ser un perro, entonces cualquier cosa puede ser un perro, que es lo mismo que decir que no hay perros.

Y si no hay un conjunto de notas que sea suficiente para que algo sea un perro, obviamente que nunca llegaríamos tampoco a tener un perro, o bien, algo sería un perro por casualidad, porque sí, sin razón suficiente.

Y es claro que no es así: si hay perros, y si se distinguen de todos los otros seres vivos, es porque hay algo, dentro de esos mismos entes, que hace que sean perros: y que es representado en nuestro concepto del “perro” como un conjunto de notas cada una de ellas necesaria y todas juntas suficientes.  

Tener, entonces, la naturaleza perruna (o cualquiera otra) “sólo en parte”, es imposible,  porque sería tener sólo algunas de las notas necesarias de esa naturaleza, pero entonces, al faltar algunas de sus notas necesarias, la naturaleza misma en cuestión no existiría, sin más, porque “necesaria”, como se dijo, es aquella nota sin la cual la cosa no se da.

Así, los animales irracionales tienen muchas de las características esenciales del hombre: son cuerpos, son vivientes, tienen sentidos. Pero no por eso son “en parte humanos”, sino que al faltarles una de las notas necesarias de la naturaleza humana, como es la racionalidad, ya no son humanos, simplemente hablando.

Estas “notas” de que hablamos aquí no es que sean realmente distintas entre si, sino que son distintos aspectos que nuestra inteligencia capta de la misma y única esencia de la cosa, que en su (relativa) simplicidad incluye “virtualmente” todos esos aspectos distintos, de modo tal que carecer de uno de ellos sería como carecer de sí misma, cosa obviamente imposible. 

Por eso mismo no es necesario que las conozcamos todas para saber que, de ese modo, existen. De hecho no tenemos definiciones esenciales de la mayoría de las cosas, pero sabemos que esas cosas existen y que son esto o aquello, por ejemplo, perro, gato o árbol, y que por tanto, tienen su esencia o naturaleza propia. 

En el caso del perro, por ejemplo, sabemos que si no fuese mamífero, viviente, animal, carnívoro, no sería un perro, sin que eso nos permita dar del perro una definición esencial por género y diferencia específica. 

Algunos evolucionistas radicales resuelven la cuestión negando que efectivamente haya perros y gatos y afirmando que sólo existe la evolución misma, como si dijéramos que no existen los corredores, sino solamente la carrera.

Esa respuesta sólo sirve para mostrar hasta dónde llega la negación de las esencias cuando se la piensa coherentemente. No vamos a demostrar, obviamente, que existen los perros y los gatos. No es posible, y no hace falta.

Por eso, negar el PNC lleva a negar que haya esencias de las cosas, y viceversa, negar las esencias de las cosas es decir que “todo cambia y nada permanece”, y eso lleva a negar, como vimos, el PNC.

Y por eso también es que la lógica no es algo humano. No es un esquema nuestro, creado, que queramos “imponer” al ser trascendente de Dios.

Es cierto que la lógica es el arte del razonamiento correcto, y el razonamiento es algo exclusivo del ser humano entre todos los seres racionales. Dios y los ángeles no razonan. Su inteligencia es obviamente superior a la nuestra: intuyen, ven.

Pero las leyes del razonamiento correcto dependen de una ley primera y principal, que es justamente el PNC. La validez del razonamiento humano estriba en la necesidad con que la conclusión se deriva de las premisas, y esa necesidad se basa en el PNC, porque consiste en que el que afirma las premisas y niega la conclusión se contradice.

Es por tanto una necesidad absoluta, como es la necesidad del PNC mismo.  Por el razonamiento el ser humano conecta con algo que trasciende lo humano y lo creado en general, porque pertenece al plano del ente sin más, como tal, anterior, como concepto, a la distinción entre Ente Infinito y ente finito, ya que es el ente en cuanto ente el que se opone irreductiblemente al no ente y en eso consiste el PNC.

Esto que estamos describiendo, por tanto, no es una posición filosófica más. Son todas exigencias del PNC, y este principio no es una postura filosófica particular, sino la condición de posibilidad del pensar y el hablar humano en general, porque en definitiva es la ley del ente como tal.

Por eso el “historicismo”, como postura filosófica, es radicalmente falso, lo cual no quiere decir que no esté muy difundido hoy día. El historicismo tiende a ver toda filosofía como expresión de su tiempo y de los condicionantes de su época.

En vez de partir del valor absoluto del PNC, lo cual lo pondría de entrada en el plano de la verdad, lo necesario y lo universal, su “telón de fondo” mental, su primer principio, aún inconscientemente asumido, es la variabilidad histórica y cultural, el condicionamiento histórico del conocimiento humano.

Se hace así la ilusión de poder mirar desde fuera todas las filosofías, sin darse cuenta de que el historicismo es una tesis filosófica como cualquier otra.

Eso le permite considerar a todas las filosofías como creaciones humanas, históricamente fechadas, menos, por supuesto, a la filosofía historicista, que es la única que ve “desde adentro”, viviéndola, adhiriendo a ella, en forma, como dije, muchas veces inconsciente.  

A veces se trata de salvar esa contradicción mediante recursos verbales. Por ejemplo: “tenemos acceso a la verdad absoluta y universal, pero sólo dentro de los condicionantes de nuestro tiempo”.

Lo único que le pediríamos a este tipo de declaraciones es que se nos dé una forma de entenderlas lógicamente. Es decir, no es que sean necesariamente falsas, pero son tremendamente ambiguas, mientras no se encuentre la forma de exponerlas con precisión y exactitud, lo cual requiere inevitablemente algo de técnica filosófica.

¿Qué condicionamientos, por ejemplo, tiene nuestro conocimiento del PNC? Enseguida nos damos cuenta de que las verdades necesarias son bastante intocables e intratables: la más pequeña alteración las destruye totalmente.

Como dicen Aristóteles y Santo Tomás: las esencias de las cosas son como los números, la adición y la sustracción cambian la especie. Para dejar de tener un número cualquiera, alcanza con sumarle o restarle la unidad.

Porque no hay muchas posibilidades: o una cosa puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido, o no. ¿Dónde ponemos ahí el condicionamiento histórico?

Tampoco hay, por lo mismo, muchas variaciones históricas posibles. Hablando absurdamente, incluso, a lo sumo se podrá pensar en un ciclo alternado en el cual habrá épocas en que  una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido, y otras en que sí puede.  Porque no hay, simplemente, otra posibilidad, es más, la segunda tampoco es una posibilidad.

Y es que el historicista sólo puede existir a condición de dejarse llevar por la imaginación en cosas que son del puro intelecto.

Así nos imaginamos una inagotable profusión sucesiva de variaciones conceptuales, como si fueran olas en el océano u hojas que brotan de las ramas de un árbol, donde la sencilla lógica nos dice que, en el caso del PNC, o bien una cosa puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido, o no, y que además, la primera posibilidad no es tal, sino que es estrictamente imposible.

Y lo mismo sucede con todas las verdades necesarias, porque “necesaria” quiere decir justamente eso, que no puede no ser verdadera, lo cual es la muerte de todo historicismo.

Comparte algo con el historicismo el recurso al “pensamiento oriental”, el cual tiene cierta fama de negar, en algunas de sus corrientes al menos, el PNC.

En efecto, así como para el historicismo la verdad es histórica, para el “orientalismo” (producto típicamente occidental) la verdad es geográfica. Ambos parten de un presupuesto imaginativo, no post-intelectual, como imaginan, sino pre-intelectual, que les impide tomar conciencia del  alcance obvio del PNC.

El reconocimiento del valor absoluto del PNC, entonces, lleva consigo el reconocimiento de la capacidad de nuestra inteligencia para conocer verdades absolutas, y la destrucción radical de todo relativismo.

Por “verdad absoluta” entendemos aquí una verdad que no depende en su contenido del sujeto que la conoce o la enuncia.

Así es toda verdad, por humilde que sea. Una verdad que fuese verdadera sólo para determinados sujetos no sería distinguible del error, como sucede cuando sólo el que sufre “delirum tremens” ve las arañas y las serpientes por toda la habitación.

En cuanto al relativismo, consiste en afirmar que dos proposiciones contradictorias pueden ser ambas verdaderas, porque una es verdadera para un determinado sujeto cognoscente, y la otra, para otro.

Pero la formulación lógica del PNC, dependiente de la ontológica, dice, como vimos, que “dos proposiciones contradictorias no pueden ser ambas verdaderas”.

Y no puede decirse que en este caso, no sería “en el mismo sentido” que ambas contradictorias serían verdaderas, pues una sería verdadera “para Juan”, y la otra “para Pedro”, de modo que la afirmación, pongamos, sería verdadera “para Juan”, y la negación, “para Pedro”.

Porque  la referencia al sujeto que enuncia la proposición no forma parte del sentido de la misma, de lo contrario, dos personas distintas no podrían jamás enunciar la misma verdad, pues por el solo hecho de que los sujetos enunciantes serían diferentes, el sentido de lo enunciado sería en cada caso diferente.

Así, entonces, como la gracia supone la naturaleza, la fe cristiana y católica supone la razón, y por tanto, el principio de no contradicción.

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Nacido en Montevideo, Uruguay. Bautizado a los pocos días, primera comunión en la infancia, sin práctica religiosa hasta los 20 años, en que por la gracia de Dios y la lectura de la Biblia me integré a la vida de la Iglesia. Soltero, Licenciado y docente en Filosofía, cofundador de la hoja web «Fe y Razón» junto con el Diác. Jorge Novoa y el Ing. Daniel Iglesias, integrante de la «Mesa Coordinadora Nacional por la Vida», asociación pro-vida uruguaya.

En forma inmerecida y también por la gracia de Dios aspirante a discípulo de Santo Tomás de Aquino y de la gloriosa escuela tomista, lo cual implica a mi modo de ver una devoción muy grande por San Agustín. Igualmente, «fan» de Chesterton, Bloy, Lewis, Tolkien, Menéndez Pelayo, Balmes, Belloc, Newman, etc.