En enero de 1995, con motivo del centenario del nacimiento del cine, Fernando Fernán Gómez escribía una Tercera de ABC. En el artículo, el conocido actor y director español hablaba de los inventos que lo hicieron posible a finales del siglo XIX y, en relación con la explotación comercial en Francia del kinetoscopio de Thomas Alva Edison por parte de Charles Pathé, comentaba: «En el mundo de los negocios, la condición fundamental para hacer uno bueno es impedir que ese negocio lo haga otro negociante, llegando, incluso, si se es lo bastante poderoso, a recurrir al asesinato».
Y no le faltaba razón. Edison ya lo era, y se le citaba en ‘Blanco y Negro’ y en ABC, poco después de fundarse ambas publicaciones hace 132 y 119 años, respectivamente, como el «ilustre inventor» o el «notable hombre».
Pero no se le citó nunca hasta hace relativamente poco como el responsable principal del nacimiento de Hollywood como meca del cine, a consecuencia de la violencia y la extorsión ejercida mediante matones a sueldo, para que todos aquellos primeros productores y directores del ‘séptimo arte’ en Nueva York y Nueva Jersey pagasen el preceptivo impuesto por usar sus inventos al rodar sus películas.
El famoso inventor de la bombilla o el fonógrafo, nacido en la pequeña localidad de Milan (Ohio) en 1847, había desarrollado en la última década del siglo XIX el citado kinetoscopio, consistente en una caja de madera con un orificio a través del cual, aplicando el ojo, se veían imágenes primitivas en movimiento. Edison, que era también un genio de las patentes, registró rápidamente su invento y, cuando el cinematógrafo Lumiére llegó a Estados Unidos, comenzó a pleitear contra los famosos hermanos franceses, asegurando que él inventó el cine.
El ‘Mago de Menlo Park’, como se le conocía también en la época por el terreno de Nueva Jersey donde se asentaba su laboratorio, no iba a permitir que nadie hiciera una sola película en su estado sin que él ingresara una importante cantidad de dólares. No importa que todavía hoy no esté claro quién fue el verdadero inventor del cine. De hecho, hay quien defiende que fue William Friese-Greene unos años antes, al inventar un proyector que podía reproducir hasta siete imágenes por segundo.
Tras hacerse famoso con el fonógrafo (1877) y la bombilla (1879), Edison confesó que su intención era construir una máquina que «fuese a la vista lo que el fonógrafo al oído», y que al combinarlos pudiese registrar y reproducir simultáneamente imagen y sonido. Pero no fue él, sino su ayudante, el inglés William Kennedy Laurie Dickson, quien combinó el mencionado fonógrafo con la cronofotografía para crear el kinetoscopio. Aún se conservan, aunque deterioradas, algunas imágenes de una película experimental en la que se puede ver a Dickson tocando el violín frente al fonógrafo mientras dos de sus ayudantes bailan en primer término.
«¡Lo hemos logrado, muchachos!», les gritó a sus empleados. Y añadió a continuación: «Se acerca el momento en que la imagen en movimiento y el fonógrafo se combinarán con tanta naturalidad, que seremos capaces de reproducir una gran ópera en esa pantalla. Y el resultado será tan realista que los mismos críticos caerán en el engaño». Pero el éxito real de Edison fue patentarlo en 1891 y aliarse después con la casa Eastman que fabricaba el celuloide para impresionar las imágenes.
Fue así como se hizo con el monopolio de aquella incipiente industria del cine en Estados Unidos, lo que le llevó a exigir que cualquier rodaje contase con un certificado emitido por su oficina que, tras haber desembolsado considerables cantidades de dinero, permitía a los productores proyectar sus películas en público. Fue en abril de 1894 cuando en el número 1.155 de Broadway, en Nueva York, se inauguró el primer salón público de kinetoscopio, al que le siguieron otros muchos en la zona.
Los que no pagaban esa especie de impuesto revolucionario eran amenazados y extorsionados por matones a las órdenes de Edison, pero los jóvenes productores no estaban dispuestos a pagar por la patente. Se desató entonces una guerra comercial muy parecida a la que nuestro protagonista mantuvo, años atrás, con George Westinghouse por el suministro de electricidad a los hogares de Estados Unidos. Sabían que el que consiguiera ese monopolio se convertiría en uno de los hombres más ricos del país. Y lo mismo ocurriría con el cine.
Era la época de los ‘trust’, los monopolios empresariales estadounidenses, pero existía también una ley antitrust, la Ley Sherman, que daba cierta cobertura legal a los «proscritos», como los llamaba Edison por no pagar sus ‘impuestos’. Aún así, el inventor se hizo dueño de las principales empresas de cine, incluyendo francesas como la de Georges Méliès y contrató a un gigantesco ejército de detectives para inspeccionar los rodajes que se producían a lo largo de la costa Este. Sobre todo, en Nueva York, Boston y Nueva Jersey.
Desde 1910, una serie de productores y directores decidieron marcharse lejos de las garras de Edison para hacer sus películas y exhibirlas sin que los matones del famoso inventor estuvieran al acecho. Escogieron la costa Oeste, a miles de kilómetros de distancia, en algún lugar lo más próximo posible a la frontera de México, donde refugiarse en caso de que los detectives del genio de las patentes los encontrara. Sin embargo, en los tres primeros años no rodaron nada.
Los primeros en hacerlo fueron el director Cecil B. DeMille y los productores Jesse Lasky y Samuel Goldwyn –este último futuro creador de la MGM– en diciembre de 1913. El día 27 llegaron en tren hasta Flagstaff, un pequeño pueblo de Arizona, convencidos de que aquel lugar árido era perfecto para rodar su película del Oeste: 'El mestizo'. Nada más poner el pie en el andén, sin embargo, les cayó encima el diluvio universal y cambiaron de idea. Continuaron hasta Los Ángeles, California, que en aquel momento tenía 300.000 habitantes. Un vecino les aconsejó que fueran al barrio de Hollywood, levantado una década y media antes. Al ver el sol, las zonas desérticas y el precio de los alquileres, no se lo pensaron dos veces.
Cecil, Lasky y Goldwyn se hicieron con una granja y rodaron su filme, que se estrenó en 1914, considerado hoy en día como la primera película de Hollywood. Edison no apareció por allí exigiendo su dinero y el equipo respiró tranquilo. Habían conseguido su objetivo y podían pensar en nuevos proyectos, así como inspirar a otros cineastas y productores. De hecho, el gran impulsor de Hollywood como la gran meca del cine mundial fue David Wark Griffith, que llegó poco después con la idea de hacer una gran superproducción, después de los más de cuatrocientos cortos de 15 minutos que llevaba rodados. El resultado fue la polémica 'El nacimiento de una nación' (1915), de 187 minutos, que marcaría un antes y un después en aquella nueva industria.
Hollywood fue creciendo y atrayendo a nuevos cineastas de la costa Este hasta que, en 1923, H.J. Whitley, un poderoso promotor inmobiliario de Los Ángeles puso las famosas letras en la colina adyacente, 'Hollywoodland', que muchos años después se quedaron en ‘Hollywood’. Edison murió a los 84 años, en West Orange, en Nueva Jersey, el 18 de octubre de 1931. ABC le dedicó su portada con una enorme fotografía del inventor, en la que se reproducían las palabras de homenaje del presidente Hoover: «A pocos hombres como a él les es dado llegar a ser benefactores de toda la humanidad».
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