Perelada estrena una nueva bodega que es invisible a los ojos

2022-05-13 17:36:00 By : Ms. Catherine Wang

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Un búnker místico

Periodista de Viajes National Geographic

Perelada está en el Alt Empordà, en medio de un puzzle de campos de cultivo, rodeado por los ríos Llobregat de Empordà y Orlina y por varios parajes naturales de Girona. Perelada es un municipio y también es una bodega cuyos orígenes se remontan a 1923. Se llega siguiendo una carretera local recta como una pista de aterrizaje. Ahora estrenan bodega junto a la entrada del pueblo, pero cuando se pasa el cartel indicativo del término municipal, aún no se ha visto la fachada. Estar está, pero no se ve. O sí… Todo depende de cómo se mire.

Cuenta Javier Suqué, Presidente del Grupo Peralada, a Viajes National Geographic que cuando su padre vio el proyecto de la nueva bodega antes de morir, le reclamaba la fachada: “¿Vamos a hacer un edificio que nos va a costar un dinero y no va a tener fachada?” recuerda que le dijo. 

Lo que decía el padre tenía su lógica, pero los integrantes de RCR Arquitectes tenían otra idea. “Este lugar merecía una intervención arquitectónica silenciosa, atemporal y con el menor impacto posible", explica Rafael Aranda, responsable del estudio de arquitectura junto a Carme Pigem y Ramón Vilalta. “Precisamente eso es lo que queremos -respondió Javier Suqué a su padre-, que no se vea desde la carretera, que la gente tenga que entrar para vivir la experiencia de la bodega”.

Pasada la recepción, aparece un largo pasillo floral compuesto por una treintena de plantas autóctonas. El hinojo, romero, tomillo, cúrcuma o la menta -este cronista no sabe reconocer muchas más-, flores que acostumbran a crecer silvestres, están aquí dispuestas cromáticamente. Entre ellas se suele ver al equipo de Paco Pérez -chef coleccionista de estrellas Michelín- rebuscar por el parterre flores con las que decorar y aromatizar los platos que presenta en el gastrobar Celler 1923 que forma parte del ecosistema de la bodega.

En este patio hace tres años se veían varias grúas instaladas, movimientos de tierras, encofrados, hormigón. Sonaban los golpeteos, el entrechocar metálico del trabajo de construcción. Las imágenes que se puedan ver de entonces tienen un aire de arqueología, como si fuera una de aquellas épicas excavaciones que fueron dando a conocer al antiguo Egipto que estaba bajo las arenas del desierto.

Dos cigüeñas sobrevuelan en círculos la nueva bodega y de tanto en tanto se escucha su crotoreo. Vuelan serenas, delicadas para la envergadura que tienen. Parecen pinceladas sobre el cielo azul. Son expresivas y atemporales, exactamente igual que la arquitectura de RCR.

“Hace más de veinte años que empezamos a gestar la idea de construir una nueva bodega en Peralada”, cuenta Javier Suqué. Para ello se había fijado en la Granja del Castell de Peralada, construida en 1941 por el arquitecto Adolf Florensa y por entonces ya medio abandonada. También pensó en tres jóvenes arquitectos de Olot, desconocidos, pero que comenzaban a apuntar maneras. Así comienzan los sueños…

Aquellos tres jóvenes (RCR Arquitectes) recibieron en 2017 el premio Pritzker con un discurso en el que reconocían que amaban soñar tanto como construir, que lo uno sin lo otro no podía ser.  “Nosotros seguimos pensando que necesitas soñar para poder imaginar -cuenta Rafael Aranda a Viajes National Geographic-. Precisamente el sueño en un arquitecto es el espacio, ¿me entiendes, verdad?”.

“Proyecto es lo que uno piensa llevar a cumplimiento y que puede dotar de sentido a sus acciones. La creatividad se convierte en un instrumento para llevarlo a cabo: buscar la belleza debe ser su objetivo y su satisfacción, su consecuencia”. (RCR)

En cierto modo, la construcción de la nueva bodega Perelada es la confluencia de dos sueños, el de la familia Suqué Mateu y el de RCR, que llega ochenta años después del proyecto original de La Granja, que ahora funcionará como centro de visitantes, y dos décadas más tarde de las primeras conversaciones para levantar una nueva bodega. De los primeros aguafuertes, etéreos, delicados pero precisos, hasta las secciones, plantas y alzados técnicos, hay todo un camino que va de la ensoñación a la materialidad. Uno puede intuir esa magia en medio del parterre florido.

Hay que entrar dentro del vientre de la bodega para poder verla. La bodega es la oveja del Principito. Está dentro de la caja: “lo esencial es invisible a los ojos”, escribió Antoine de Saint-Exupéry. La bodega está dentro de la caja terrestre: “De modo que ya no se hable más de edificio, sino de paisaje”, escribieron los RCR a la hora de formular el proyecto. 

Esta es una arquitectura que busca revelar una verdad y una esencia, pero que de forma paradójica se manifiesta de forma oculta. “Y lo más interesante de todo es que hace 20 años de todo esto -explica Rafael Aranda-. La arquitectura esencial siempre lo será. Es ver qué tiene más valor”.

“De modo que ya no se hable más de edificio, sino de paisaje; no de hito, sino de intervención atemporal y silenciosa; no de ruptura, sino de continuidad natural en medio del paraje ampurdanés, tal como un vino que cuando se derrama se cuela entre las manos”.

Los diferentes salas conforman un cuerpo integrado en la topografía del terreno existente. Salva un desnivel, alejándose de la idea convencional que se suele tener de un edificio: la fachada es la cubierta que cuelga desde el patio principal como una ola de tierra. “Se trata de ver qué tiene más valor -prosigue Rafael Aranda en su explicación-. Nosotros nunca hemos creído en la arquitectura desde la forma, desde la presencia. Creemos más en una arquitectura de sensaciones y atmósfera, más desde el hacer pensar a las personas que no simplemente mostrar”.

La nueva bodega de Perelada establece un diálogo entre una arquitectura modesta, pero con valores, y una intervención más contemporánea. El objetivo es transmitir la esencia de la tierra. Rafael Aranda no habla de construcción, ni obra, ni edificio… sino de “pieza”. Todos los proyectos que salen del despacho son piezas que trascienden la naturaleza del objeto arquitectónico gracias a un discurso creativo y abstracto. “Cuando te digo que tenemos que hacer que la vida sea a base de ir soñando -cuenta a Viajes National Geographic-, quiero decir que entendemos la arquitectura como la capacidad de hacer pensar qué papel tiene la persona en este mundo. Nosotros creemos en esta facultad que tiene la arquitectura, la de hacer sentir profundamente experiencias, lugares, paisajes, relaciones”.

La entrada al vientre de la bodega pasa casi desapercibida, como si el secreto formara parte de la experiencia, como si los visitantes fueran iniciados: solo a ellos les será revelado el misterio del vino. A la izquierda de esa puerta se puede ver la placa LEED® Gold que reconoce a la nueva bodega Perelada como la primera bodega europea en obtener esta calificación que certifica los altos estándares de ecoeficiencia energética de las instalaciones. Aquellas flores silvestres que dan bienvenida cromática tienen un consumo de agua un 90 % por debajo de la jardinería habitual; hay un depósito de acumulación de 700 m3; el soterramiento parcial y la mínima exposición al ambiente exterior de la bodega consiguen un bajo consumo energético; se escogieron materiales constructivos de proximidad; se utiliza la geotermia gracias a 538 pilotes por debajo del suelo de la bodega, a profundidades de entre 8 y 20 metros… No hay, no puede haber, compromiso por el lugar sin cuidar el medio ambiente.

El ascensor desciende como si se tratara de un trampantojo vertical, como si fuera metáfora de una introspección. La oscuridad acrecienta el misterio que va a ser revelado: laderas de pizarra, valles de arena, sedimentos de origen fluvial, tierras ricas en limos y arcillas y suelos de grava generan los contrastes en las 150 hectáreas de viñedos de Perelada. Ahí nace el vino. Un zócalo de luz acompaña al visitante hasta el primer espacio de este laberinto sensorial que guarda la esencia de cada una de las cinco fincas de la bodega en formato vídeo. Son piezas de menos de un minuto que meten a la naturaleza dentro del vientre de la bodega como si de un caleidoscopio se tratara. Se siente el poder de la tramontana cuando sopla a 120 km/h, el crujido de la tierra, el olor a lluvia, la arcilla en la mano, el verde intenso de la cepa, el roce en los dedos de la tijera de poda, el murmullo del mar en la Finca Garbet.

Tal vez el visitante vea antes de traspasar la puerta que lleva al interior de la bodega una pérgola de acero corten que se levanta sobre la cota de tierra. Ahí es donde comienza todo. Por eso el equipo RCR quiso que fuera la única manifestación visible de la bodega que permanece enterrada en el paisaje: esa es la única parte que se ve desde la carretera, la fachada que reclamaba el padre de Javier Suqué. Esa pérgola acoge la llegada de la uva, que entra por gravedad al interior de la bodega, aprovechando los diez metros de desnivel de la topografía, “para no usar bombas motorizada, para que nada altere al vino, para “que sus propiedades sean lo más puras posibles”, explica Dolfí Sanahuja Font, el director de enología de Perelada. El visitante seguirá el rastro de esa uva, que en función de una secuencia lineal acaba convirtiéndose en botella de vino. 

Cada espacio de producción, un ambiente. Una pasarela suspendida cruza la sala de depósitos de acero inoxidable donde se lleva a cabo la fermentación. Cada racimo de cada cepa es un mundo propio, “ incluso en una misma cepa, es muy importante poder separar al máximo las uvas dentro de una misma finca”, cuenta Delfí Sanahuja. Por eso en Perelada cuentan con que la nueva bodega sea un camino a la “excepcionalidad”, como dice el director de enología de la bodega, quien confiesa que este ha sido uno de sus retos más gratificantes. Por eso, los 188 depósitos de vinificación de distintos tamaños, con el sistema Oresteo que permite el remontado sin bombas durante el proceso de fermentación.

El 70 % de la DO Empurdà se queda en Girona, explicó Javier Suqué en la presentación de la bodega a la prensa. La nueva bodega y sus instalaciones son una apuesta en el camino hacia esa excepcionalidad de la que hablaba Delfí Sanahuja y también por la divulgación de la cultura del vino del territorio.

“Queremos que los visitantes sientan las cinco fincas y que sientan los espacios de elaboración de la bodega y, para acabar, que también sientan el espacio del Templo, el lugar donde se le da el máximo espíritu a lo que es la elaboración del vino”, cuenta Rafael Aranda. La dimensión espiritual está ahí, atisbada en cada uno de los pasos dados durante el recorrido de la visita. Se intuye un espacio y un ambiente místico que, al llegar a la zona de la crianza, alcanza su cima con una escénica entrada de luz cenital que cae lánguida sobre una hilera de depósitos de hormigón. El chorreado de las paredes da una sensación de rugosidad confortable, como si a través del tacto pudiéramos alcanzar una calidez similar a la que se nota por ejemplo con la Syrah del Finca Garbet 2015. En esos depósitos se desvela el secreto de la DO Empurdà, envejeciendo con el paso del tiempo. Mientras, las cigüeñas siguen dando vueltas en el cielo, trazando caminos aéreos como si fueran aguadas de acuarela.

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Lucía Díaz Madurga

Periodista especializada en gastronomía y viajes

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